2 de marzo de 2014

Todo aquel que piense que está solo y que está mal

Anoche me animé y tras bajar a la puerta del portal para recibir mi dosis de hierba invité a subir a casa a mi camellito. Mi camellito es una criatura que vino al mundo en el sureste colombiano y se introdujo en mi mundo propio justamente la otra noche. Las anteriores siete u ocho veces que me suministró hierba a cambio de dinero no tuvieron la menor relevancia, solo tengo en cuenta la primera y esta última. La primera, la primordial, tuvo lugar con mi intuición rebosante y mi vestido de todo el mundo mirándome en un parque no lejos de casa, una noche de verano en la que yo buscaba hierba y él compartía litrona con otros tres o cuatro gilipollas a quienes bordeé rápido. Mi camellito hablaba con ese acento latino que me gusta ya tú sabes y desbordó mi intuición por completo al regalarme un cogollito, ganándose con ello el pasar a ser mi camellito particular.

Anoche me animé y tras bajar a la puerta del portal para recibir mi dosis de hierba invité a subir a casa a Juan Pablo Segundo, sí, esta vez no me inventé una fiebre que me impidiera salir al más allá de la placita del barrio. Todo le resultaba curioso, estupendo y bien, no habíamos acabado de llegar y ya estaba soltando su cazadora sobre el sillón. Mi intuición nunca jamás ha fallado. Tiene veintitrés años y le saco setecientos cuarenta y cinco botellones de ventaja, pero quiere llevarme al lago porque en esta ciudad resulta que existe un lago. Yo no sé muy bien lo que me explica porque no dejo de fumar, pero en ocasiones la coherencia se manifiesta en sus frases y me tiene con los cinco sentidos puestos en lo que acaba de decir ya tú sabes. Juan Pablo Segundo dice que a él no le gusta estar solo porque estando solo él mismo se pregunta y se contesta como si fuese Juan Palomo. Quiere llevarme a todos los sitios y quizá vaya con él. Sí, al Obelix también me va a llevar, aquel sitio donde la ensalada la servían en barreño y la hamburguesa era tamaño tortilla de patatas. Juan Pablo Segundo dice que lo cerraron hace una década, pero que me llevará y cuando pasemos por la puerta me dirá mira, aquí estaba el Obelix.

Anoche me animé de forma que asistiré al carnaval en su fiesta grande con el amigo gay que toda mujer quisiera tener a veces. Me di cuenta hace unos días que la madre de Ángel acudirá al centro donde por suerte o desgracia sigo trabajando, para realizarse la prueba de pdpcm precisamente el lunes por la mañana. Ella asistirá montadita en un autobús entre casi un centenar de ubres paisanas suyas y yo no seré quien se las toque ni parece que vaya a verla nunca dentro de otra casa que no sea aquella del Alberto, años a, porque los lunes por la mañana me dedico a dormir cuando los gatos me lo permiten. El caso es que esa carta de citación se depositó en su buzón de correo hace un par de semanas, buzón delante del cual Ángel entra y sale cuantas veces quiere porque allí sigue. Esa carta se ensobró a metros escasos de mi quehacer diario y no pienso mencionarle nada al respecto ni creo que él vaya a hacerlo; yo he preferido liarme la manta a la cabeza y festejar el carnaval como si estuviese contenta.

La otra mañana me desesperé y busqué en el programa informático del pdpcm la ficha de la asistencia de su madre en el cribado anterior. Aunque él no me cuente nada yo lo sé todo. A la buena mujer la bajó la regla siendo niña a los trece años, posee estudios primarios y realiza sus labores. Tuvo un aborto y algún inútil se equivocó al rellenar qué edad tenía en su primer embarazo ya que figura treinta y uno y teniendo en cuenta que no habrá mentido en su fecha de nacimiento no cuadran las cuentas si tiene actualmente sesenta y dos años a no ser que Ángel sea un hijo de puta y eso no puede ser porque yo sé que su madre es ella. Ella tenía treinta y uno en su otro embarazo, no en el primero, y yo aborté mi único con veintitrés y me llevo dos. Para no enfermar pensando preguntándome y contestándome yo solita voy a liarme un porro y al carnaval acudiré sin máscara, finalmente no he ido al chino a comprar antenas y monos de trabajo para el disfraz de hormiga obrera que con tanta risa aceptó compartir conmigo el amigo gay que toda mujer quisiera tener a veces.

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